Jueves de relatos
Era un hogar donde se encontraba demasiado cómoda, pero los chicos ya habían crecido y yo me encontraba como en corral ajeno. Necesitaba un cambio, un nuevo horizonte.
Salimos a desayunar: café y tostadas con mantequilla y mermelada. A la hora de la siesta se duchó mientras mi idea se iba desarrollando en mi cabeza. Era arriesgada, por supuesto,. Entró en la habitación, con albornoz y toalla en su cabeza.
La abracé y la besé. Primero ronroneando un poco, mientras el albornoz caía al suelo y su cuerpo quedaba desnudo. Se dejó hacer con el mismo deseo que me quemaba a mí.
Era una hermosa hembra a sus cincuenta años.
La vencí sobre la cama. Sus pechos contra el colchón. Sus gemidos, sus giros de cabeza, su mirada inquieta eran señales de excitación... La embestí lentamente, dejándome sentir y empecé a bombear con fuerza. Su cuerpo se movía a mis vaivenes...
Mis dedos se hicieron hueco en su zona más oscura, decidí pasar a otra acción. Penetré la estrechez de sus carnes. Aquel clamor anunciaba el paso del dolor al placer. Me fui en ella, ahí mismo. La llené de mí. Me vencí sobre ella. La acogí bajo mi peso y no me separé hasta que me noté libre.
Un par de nalgadas, una cogida de pelo y un susurro sucio a su oído. Se hizo un profundo silencio. Sonreímos cuando se fijo en la mantequilla sobre la mesita. Algo había cambiado.
Esa misma noche, cenando en casa con unos amigos, aproveché el momento del postre y las risas de todos para enviarle un whatssapp. Sus ojos se abrieron como platos. En la pantalla, el final del episodio de aquella tarde. Mis dedos jugando. Mi erección abriéndola. Una visión de su sexo manando mi gozo. El lector de sus ojos se dirigió a los míos. Estaba sonrojada y algo nerviosa.
También en ese momento dejó de ser la gallinita del corral para ser mi vicio en mi nueva morada.