viernes, 5 de marzo de 2021

ENMIENDA

Su descaro comparándose con mi coreana Min y sus ganas de sobresalir la llevaron a retarme. Por supuesto acepté.

Llevé a mi vecinita a cenar vestida como una stripper. Se sentía segura provocándome y, por supuesto, fue el centro de todas las miradas. Frente a un matrimonio de unos cincuenta años que no le quitaban ojo, le propuse que fuera descarada ante ellos. El cruce de sus piernas y su escote sin fin eran narcóticos.


Bajamos al garaje y pasamos a la parte trasera del coche. Desabroché toda su chaqueta dejando sus bonitos pechos al aire. Nos besamos muy densamente, con lascivia, dejando un reguero de hilos de saliva en los que, mutuamente, nos colgábamos. Le pedí que me diera su espalda y no tardó en ser consciente de que éramos fruto de la curiosidad de aquel matrimonio que, desde su vehículo, nos observaba con algo más que aquella curiosidad.

Se ensartó en mi sexo, comenzando un baile diabólico. Arriba y abajo. Se retorcía como un látigo. Sus pechos, frondosos como un ramo de narcisos. Sus movimientos salvajes, de amazona empoderada. No podían dejar de mirarnos. Mis manos deshojando sus narcisos, mi boca succionando sus vértices, mi verga adorada en la humedad de su sexo. Cinco minutos fueron suficientes para que todo su cuerpo, envuelto en descargas, convulsionase y los jugos nacientes entre sus muslos me empaparan por completo. 

Solo con la calma sobrevenida sintió algo de pudor al reparar más conscientemente en el matrimonio.

- Simplemente, sonríe cuando pases a su lado -le susurré.

Muy a la ligera, sus exigencias de castigos como a Min y mismo trato habían dejado de estar presentes en su mente después de la alteración sexual y explicita pero no para mí. Era hora de volver a poner las cosas en su sitio y volverla a la realidad. De mi mano estaba la cadena que la unía a mí. Fuera larga o corta, el control lo tenía yo.