lunes, 6 de julio de 2020

LA PRUEBA



Vestido corto negro y amplio vuelo. Así se presentó ante mí. Mi imaginación empezó a elucubrar. No puedo evitar esta mente calenturienta cuando la veo, más si se me presenta con esa sonrisa y esa mirada que tan bien utiliza para provocarme. 
Llegamos al centro comercial y aparcamos en sus garajes. Necesité algo de esfuerzo para que mi mano no perdiera la dirección entre el cambio de marchas y el volante. Mi mirada se volcaba, sin disimulo, sobre la franja de su escote. Y ella, encantadísima, sacaba pecho orgullosa. 

Fuimos a aquella cafetería tan chic y nos acomodamos en la barra. Nos pedimos dos cafés. Con más miradas que charlas, con un poco de adulación sentida y algo de sigilo y disimulo, subí su falda un palmo por encima de sus rodillas, Aquello era un juego totalmente morboso. Muchos hombres sentados. Comerciales trajeados la mayoría. Otros, maridos o novios, a su libre albedrío. 
Flexionó elegantemente sus piernas a un lado y a otro. Me separé varias veces de ella e hice fotos. No fue algo que pasara inadvertido para muchos. Le pasé varias a su móvil. Debajo de su vestido no había fin para sus bonitas piernas, solamente su trasero sentado. Observé que alguno de aquellos hombres no evitaba mirarla con cierta lujuria y de algún otro, suponía una evidente erección que, a duras penas, mantenía con compostura. 
Era hora de irnos. 

Decidimos comprar alguna cosa. Reconocí a unos de ellos pegado a su espalda mientras aguardábamos cola. Teníamos gestos para saber lo que estaba pasando. La estaba punteando y ella lo estaba dejando hacer. Me sonreí sin decir nada. Pero no evité, después de pagar, poner mi mano en su trasero y darle una palmada tras apretarlo. Sé que eso la pone nerviosa y yo, encantado de provocarla.

Cuando llegamos al coche, no abrí por delante. Directamente, la invité a pasar a los asientos de atrás. Aquel lugar era bastante discreto pero no quedaba apartado a los curiosos. En una de esas, mientras ella estaba en faena, pude ver a un tipo pegado casi a nuestra ventanilla, miembro en mano. 
Sabía de qué era capaz esa mujer. Follando era especial y de lo mejorcito en el sexo oral, la más atrevida cuando se excitaba Gustaba del sexo y disfrutaba. Vio al hombre. No dudó en abrir la puerta e invitarle a pasar. No preguntó. Le gustaba jugar. Ambos éramos parte de ese juego. 

Agarró ese mástil enorme y se quedó hipnotizada mirando el grosor de su glande. Por la otra puerta la coloqué de rodillas, subí su vestido y la penetré con fuerza. Su boca consiguió con dificultad tragarse ese glande y en minutos se vino. Su orgasmo fue brutal, tanto como aquellas arcadas que la verga del invitado le infligían. 

Yo seguía embistiéndola. Era un placer sentir mi miembro entrar sin dificultad alguna. Mantequilla para mi gusto. La agarraba de las caderas hundiendo mis dedos. Una visión magnífica la de su culo en pompa mientras devoraba aquel falo con apetito voraz. Golosa. Sedienta. Y su trasero a mi merced. El improvisado invitado, pene en mano, salió para situarse a mi par y mientras se pajeaba sin dejar de mirar como yo me la empotraba, yo terminé sobre su sexo. Aún jadeante pero con un gustazo encima tremendo, cedí mi puesto. 
Era su turno.


Ella gemía y ahogaba sus gritos golpeando el asiento, cogiéndose a lo que tenía a mano. Maldiciéndome por las formas, por el juego, por el placer que sentía. El invitado me miró. Asentí sin mediar palabra entre nosotros. La sacó y profanó su culito aprovechando mis fluidos, sin escrúpulo alguno. Una embestida suave, dos... A la tercera, se la hincó entera. Ella gritó. Un poco de dolor y un enorme placer. Sé que le gusta. Me lo pide siempre: Fóllame duro, cabrón. Y como tal estaba gozando. A mi orden paró y la desenfundó despacio. Ella dejó de gritar y de gemir mientras recobraba el aliento. Ni se dio cuenta de cuándo el desconocido desapareció.

Tras recobrar la compostura, regresamos al centro. Aproveché que ella necesitaba ir al servicio para hacer una llamada. Lo primero que escuché fue un "joder, tío" para luego darme toda clase de detalles sobre la experiencia, cómo llegó, cómo se sintió y que contase con él para cualquier otra ocasión.
Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno. Y, a algunos, les gusta encarnarse en un demonio, en un pecador, como yo. Crápulas dirían algunos.  Colgué antes de que ella llegara. Se acercó protestando, diciendo que no tenia edad para estas cosas.
Mientras tomaba sorbos de su café recibió mis fotos tomadas cuando fue penetrada por aquel hombre del Este y las que saco él cuando ella, en la fila de caja, se dejaba hacer. 
No dijo nada más. Sacó el frasco de crema comprado, y sus piernas volvían a volar desnudas ante las miradas indiscretas.

                                                                       

La prueba había sido superada, mis demonios estaban de vuelta. 

Mis ojos perciben la elocuencia de cada gesto y mi mente es un abanico de intenciones..., inevitablemente, perversas la mayoría de las veces.