domingo, 30 de agosto de 2020

INGRAVIDEZ


Necesitaba ayuda para las labores de casa. Mi vecinita se ofreció y me niego a discutir con ella, total, sube a todas horas. Eso sí, el horario lo acomodó a su otro trabajo.
El primer día llegué a mi casa y ella planchaba. ¡Sorpresa!  Un saludo, un poco de charla, alguna tontería de esas nuestras y cada uno a lo suyo. Todo parecía ir bien hasta notar un par de prendas en mi cara.

- ¡Las bragas de esa zorra tuya que se las doble ella! 
Glub! Sus mil demonios estaban en camino y yo, ahí, comiéndome casi unas bragas que no eran las suyas.
- A veces se marcha deprisa. Se las habrá dejado... ¡Y no hables tan mal de ella que es una amiga!
- ¡Me paso a tus amigas por el forro de tus...!
- ¡Eh!


Al final, le conté las novedades. Si se iba a enterar por ahí, que la información la recibiera de primera mano. Min, la dueña de esas bragas que me acababa de tirar, me confesó algo: No podríamos vernos por un tiempo indefinido. Estaba casada y su marido volvía de Corea.
No sé si mi cara reflejaba suficientemente mi sorpresa o qué pero ella dejó sus labores y se acercó despacio.

- Vaya movida, no sabias nada.  -Como gata paseándose con encanto y entornando aquella mirada que escondía poco sus intenciones, terminó por abrazarme. - No te preocupes, sabes que me tienes a mí.

No sabría decir cómo pasó pero sus labios atraparon los míos, los torturaron uno a uno. Su lengua entró en mi boca y no pude resistir más. No quise. Mis manos tomaron sus caderas, bajaron a sus nalgas. La recorrieron entera. 
Aquel cuerpo menudo era una tentación que se contenía en mis manos.
Quise pegarla a la pared. Era imposible. Su cuerpo se curvaba como un arco, no respetaba las leyes de la gravedad, su sexo empujaba a mí sexo, retándolo.
Lo acaricié, lo masturbé y bajé a beberlo, lamerlo... No tardó en venirse, retorciendo su cuerpo de nuevo como un  garabato. La penetré sin voluntad alguna, su rodilla subía hasta mi axila. Dudaba en cómo acomodar mi brazo mientras la embestía.


Follamos como poseídos. Entre jadeos cortos y seguidos volvió a terminar y, sin remedio, yo a su vez. Bajo y subió a ornar mi sexo con su boca y su cuerpo seguía sus propios parámetros y equilibrios. Se hizo el silencio y volvía a colgarse de mis hombros como una nena inocente.

- No volverás a follar con esa zorra ¿verdad? -preguntó mimosa.
- Ahora no puedo sacar conclusiones. Veremos cómo sucede todo.
- ¡No puedo creerlo!, ¿en serioooooo? -entonó. Es una frase que me da risa. Esa manera de arrastrarla como si todo el cuerpo la siguiera. Me sonreí levemente. Quizá una risita tenue, casi imperceptible. Sus ojos se abrieron como si yo hubiera cometido un crimen.
- ¡Eres lo peor! -espetó-. ¡¿Yo qué soy?!, ¿otra follamiga, entonces? -Parecía indignada y se dirigió hacia la puerta. Pude tranquilizarla, ser más sutil, pero entre ataques de risa que no se pueden controlar, le dije:
- Te dejas tus braguitas -sin poder disimular lo divertido que todo aquello me estaba resultando.
Si las miradas matasen podría decir que aquella estuvo a punto de hacerlo:
- ¡...Cabrón...!. -Y creo que maldijo a todos mis familiares de primer grado de consanguinidad.

Después de aquello...
Aún voy sonriendo  por la calle, cuando no riendo, recordando la frase de marras y aquella escena tan surrealista. Luego de pensarla mucho, le dejé una nota al lado de la plancha. Esperaba que no me quemase mi mejor camisa o me tirase algún día la plancha a la cabeza: "No pienso enfadarme contigo, eres alegría en mi vida", y la acompañé de una rosa.
En aquel momento pensé en qué quedarían aquellos mensajes y qué consecuencias acarrearían con un cuerpo sin gravedad y una mente que funciona a impulsos con códigos distintos.