miércoles, 15 de diciembre de 2021

CUEROS

Relatos de los jueves


Intentaba calmarla alguna vez diciendo que no se tomara todo tan a pecho, aunque la mayoría de las veces mis palabras solían caer en saco roto. Marta era una luchadora incansable, seguidora de todos los movimientos feministas. Defensora a ultranza de los animales -ya le había costado algún disgusto a las afueras de la plaza de toros- y luchadora en contra del machismo y los patriarcados exigiendo igualdad en todos los lugares. 
Esa tarde en el museo no podía creer lo que veían mis ojos, cansada de ver estatuas de hombres desnudos, dioses, santos y cristos, se dirigió a mí diciendo;

-Esto lo arreglo yo enseguida.


Y sí, lo solucionó posando desnuda al lado de la estatua de David. Primero en silencio, como si fuera una escultura más ante las miradas perplejas de los visitantes. Los móviles empezaron a funcionar pese a la prohibición, y, en unos segundos la imagen se hizo viral más cuando empezó a clamar a favor de la cuota femenina en todos los sitios al grito de "Viva la igualdad". 
La seguridad la obligó a vestirse mientras ella no cejaba en su rebeldía y sus proclamas pero con elegancia. No montó un pollo de esos fanáticos. Allí nadie movió un dedo. Ni yo. No me miró hasta que la policía la metió en el coche. Entonces, me guiño un ojo.
Sin duda aquella chica le había dado la vuelta a mi vida, a mi mirada del mundo y a la manera de entender como se implican algunas persinas para cambiar y hacer cambiar las normas establecidas de una sociedad que se resiste a mover lo establecido.
Desde ese momento el interés por Marta creció en mi interior hasta conseguir que su cuerpo luciese en mi salón, en favor de la igualdad, claro está.