Le pedí ayuda para terminar de arreglarme y rasurar mi pecho un poco. Tenía cena de trabajo. Me ayudaba con desgana. Habíamos estado confinados más de dos meses y era mi primera salida.
Unos pantalones vaqueros pitillos elásticos, zapatorros y mi perfume preferido.
Se sentó frente a mí, en la cama, repasándome de arriba abajo, preguntándome por los asistentes y poniendo mala cara con todos los que nombraba. Cuando nombré a ellas, solo dijo una palabra: "zorras".
Mis ojos se abrieron y le recriminé suavemente el comentario. Sonó el móvil -una compañera preguntando el lugar de encuentro-.
Me tumbó en la cama, bajando mis pantalones. Mis palabras se volvieron torpes y entrecortadas y su boca se volvió salvaje entre mis piernas. Corté la conversación de inmediato.
Se subió como una gata sobre mi, ensartándose. Me atrapó las manos. Era como un látigo en mi cuerpo. No me dejaba besarla. Me hacía la cobra, se burlaba de mí, me hablaba sucio... Sus pezones eran inalcanzables y me estaba volviendo loco, desesperadamente loco. De repente me devoró la boca, bajó por mi cuello y me mordió rabiosa.
- ¿Me quieres? -preguntó.
- Estoy loquito por ti -contesté y ella repitió la pregunta-. Te quiero..., te quiero..., te quiero... cada día más -respondí como pude, besándola.
Me despidió en la puerta recordándome, con una sonrisa malvada, que no me pasara con la bebida.
Antes de cenar escuché comentarios a mi alrededor, del estilo de !Vaya leona!. Una compañera me llevó al baño -y yo le seguí sin objeciones-. Me hizo mirarme en el espejo. Entonces lo pude ver: un chupetón hermoso en mi cuello. Los comentarios iban por mí. Resoplé con esa extraña mezcla de rabia momentánea, resignación y orgullo.
La llamé por teléfono después del apaño de mi amiga. Se echó a reír maliciosamente mientras le reprendía el gesto de manera amenazante y vengativa pero divertida. En cambio, ella me sentenció:
- Porque eres mío y no me gusta que jueguen con mis cosas...
¿Sus cosas? Me había marcado como quien sella una propiedad. Me hizo gracia pero eso tendría una larga, larguísima charla basada en más hechos que palabras.