La primera vez que conocimos, al final de la noche, intimamos en mi coche.
La semana siguiente volvimos a vernos y nos dijimos nuestros nombres de nuevo —tal vez no los recordábamos o quisimos asegurarnos. Ella era más joven, no hablamos de las edades ni de nuestras vidas privadas, tan solo preguntó si tenía algún apaño serio, a lo que respondí negando y ocultando que estaba separado—. Nos recorrimos más despacio y, ambos, disfrutamos más intensamente.
En la siguiente ocasión, la llevé a mi apartamento. Tan solo coincidíamos los fin de semana y follábamos sin descanso.
Una de esas, sentada sobre mi cuerpo, desnuda, acalorada y entregada, me susurró:
—Cuando tengamos más confianza te invitaré a un café en mi casa.
Solo puede sonreír visualizando la escena. Para tomar un café hay que tener confianza, pero para follar...