Me propuse sorprender a mi compañera de oficina de nuevo. Practicaría con un pisto: a ver cómo me salía. Por otro lado, pantalón corto y un delantal negro para la ocasión. Le dije a la vecinita si quería probar el invento. Estaba acompañada, así que utilizaría a ambos como conejillos de indias.
Entró como un felino silencioso y pegó sus pechos a mi espalda. Sabe que me enferman sus luces altas. Le pasé la cuchara y pregunté cómo estaba de sal
– Le falta un poco- contestó-. En cuando lo termines, me bajas un poco a mi apartamento.
No presté más atención, concentrado en mi invento, se marchó algo confundida
- ¿A quién quieres engañar esta vez? -preguntaba, sin obtener respuesta.
Me mando un mensaje para que bajará a su piso. Estaba realizando ejercicios de yoga.
La encontré con muy poca ropa y descaradamente exhibicionista, volvió a pegar sus pechos en mi espalda cuando apoyaba el plato en la mesa.
- Dime qué te parece... de verdad. No quiero que me hagas la pelota, es una prueba –dije oteado los rincones sin avistar a nadie.
Bajé arreglado para dar una vuelta esperando que tuviese compañía.
- Qué guapo has bajado a verme -contestó, vacilándome un poco. Y sujetando mi chaqueta, me pegó a su cuerpo diciéndome: -Espero que no te manches la camisa.
La noche se complicó un poco, nunca se sabe. Poca atención = mucha reacción. Pura matemática física. Nunca aprenderé a descifrar las señales femeninas y menos de esta vecinita. Igual, tampoco me interesa...