Escuché como se abría la puerta y decían mi nombre.
Era mi vecina de abajo.
- ¿Dónde vas a estas horas? -pregunté
- Le tengo pánico a las tormentas. Déjame dormir contigo.
No quise discutir más. Se coló en mi cama e intentamos dormir. La tormenta era terrible.
Con la luz asomando levemente, soñaba que acariciaban mi
sexo, abrí los ojos y noté su mano pasar por encima. ¡Dios mío!.
Agarré su mano y la subí a mi pecho haciéndome el dormido sin soltarla. Notaba
sus pezones clavados en mi espalda y sus piernas entre las mías.
Amaneció , ella se levanto asomándose a la ventana y estirándose como una gata, su camisola subió por encima de su cintura quedando su culo a la vista con un tanguita, era perfecto, redondo, mi lector de ojos no podía separarse de su trasero y mi erección tenia vida propia.
-Qué miras -dijo, con descaro y una sonrisa.
Esa imagen no se borraría de mi mente en todo el día. Por la
tarde noche llamé a Min, la camarera del chino, para que trajera cena. Se me hicieron los minutos, horas hasta que llegó. Empezamos no sé cómo, y una cosa llevó a la otra, de modo que tuvimos sexo salvaje. No podía parar. Mis demonios empezaban a volver. La azoté con dureza, la embestí con ímpetu.
Cenamos y volvimos a empezar. Me cabalgó como una amazona, en mi boca y en
mi sexo. Supo cómo acabarme rectando por mi cuerpo como una serpiente en todas
las posiciones inventadas.
Mi mente se serenó, a mi cuerpo volvió la paz y mis demonios
secretos se acuartelaron. Mi boca tenía un fuerte sabor y en el aire flotaba un
aroma, un olor particular.
No quiso quedarse a dormir. No quiso decirme su edad, solo conseguí
saber que era coreana y no china.
- Tu vecina es muy cotilla -me dijo al despedirse, y cerró la puerta.