- Sucedió hace unos quince años, doctora. Subí al metro con un vestidito y una chaqueta. Iba provocadora. Nos gustaba ir así: Jugar, coquetear, flirtear... Éramos muy jóvenes e inconscientes. Ese día el vagón iba a tope. Lectores de ojos no dejaba de mirar mi escote y mis piernas. Se acercaban y se mantenían al lado pero cuando el metro llegó a Sol, entró tal cantidad de gente que nos vimos todos estrujados por todas las aristas, sin poder movernos.:
»Una mano se posó en mi trasero y recorrió mis nalgas. No sé por qué pero le dejé hacer. Sentí su otra mano en mi costado, rodeándome con su brazo izquierdo y pegándome a su cuerpo. Su mano derecha se coló debajo de mi vestido, acariciándome sobre mis bragas.
»Mis ojos se abrieron de sorpresa. Sabía lo que hacía con sus manos, aunque yo solo era una tonta resabida. Me estaba excitando y su respiración en mi cuello me noqueaba. Apartó mis braguitas y metió los dedos en mi vagina, muy suave, en los puntos exactos. Y siguió pegándome a su cuerpo. Tuve que taparme la boca para no gemir.
»Un par o tres paradas más tarde, noté cómo soltaba mi cuerpo emputecido de placer. Era una mujer joven y trajeada. Se perdió en el vagón después de dejarme una sonrisa y su tarjeta, dejándome totalmente húmeda. Era ajena a la gente. Fue la única experiencia sexual distinta que he tenido.
- Es bueno soltar estas cosas que llevamos dentro tanto tiempo y han podido ser un trauma en nuestra juventud - intervino la psicóloga .
- Espere, doctora- la interrumpí y me dejó hablar-. He venido porque hoy encontré entre mis cosas esa tarjeta. Estoy casada y tengo familia. No sé muy bien qué hago aquí pero no he podido olvidarlo -hice una pausa-. Supongo que ya sabe que fuimos usted y yo, los personajes de esta historia.
Sonrío, mientras se acercaba a mí. Aquella sonrisa...