Jueves de relatos
- Esta es la habitación que hay que pintar -me dijo.
Sabía que mi presupuesto era el más barato que había recibido y, en realidad, lo hice con la intención de encontrar tiempo a solas con ella. Era unos diez años mayor que yo y siempre me sonreía muy amablemente, consciente de que no le quitaba los ojos de encima e intentaba coquetear con ella. Incluso cuando estaba acompañada por su marido, vendedor de décimos de la ONCE.
Me dejó pintando y lo acompañó a su caseta de venta. Cuando volvió, subió a ver si necesitaba algo. Fue entonces cuando me pequé a su cuerpo y me atreví a besarla. Ella se retiró mis labios despacio y siguió sonriendo.
- No me importa que estés casada porque estoy loco por ti. Lo sabes de sobra, se me nota hasta en los andares.
- Te veo muy despistado, mi niño. No es mi esposo, es mi hermano. Y siempre te sonrío porque eres el único que no debe saber que soy lesbiana y me hacen gracia tus intentos, pero estoy enamorada de mi pareja.
En ese instante, una voz de mujer se hizo oír por la escalera: «¿Queréis un refresco?».
Hay negocios que no salen bien pero te enseñan mucho.