Relatos de los jueves
Coincidimos con una excursión de jubilados en el hotel de vacaciones. Era septiembre. Fuera de la temporada alta, con menos barullo y todavía buen tiempo. Sentados en el salón, después de cenar, sin querer, escuchamos a dos mujeres, ya de cierta, edad hablar:
- Has dejado a Fede, ¿qué ha pasado?
- No quiere vacunarse, es un antivacunas de esos, y yo, con mis operaciones de cadera, no puedo arriesgarme. Me dice que somos cobayas y que estamos siendo programados para morir dentro de varios años. Además, en nuestra relación íntima las cosas no están bien del todo.
- Mujer, no seas tan exigente, ya tiene 70 años y la próstata no perdona.
- Yo eso lo entiendo y no le exijo demasiado pero lo que no puede acabar con la polla que lo acabe de otra manera, ¿no?, pero se niega a bajar al surco.
De un trago me bebí medio cubata. Yo, con los ojos como platos; mi pareja, con la boca abierta, oteándola de arriba abajo.
-Tengo los pechos operados y varios arreglos por mis partes. Yo soy de venirme ¡mínimo tres veces! y estoy a falta de rabo, ¡joder! También puede usar mis juguetes ahora que no puedo mover mucho la cadera.
No hablamos demasiado aquella noche, incluso intentábamos sentarnos cerca cuando ellas estaban en el salón. Me ofrecí una tarde para ayudarle a subir a su apartamento, pero mi pareja me afeó el detalle. No tiene voluntad de servir al prójimo. Desde entonces, miramos con otros ojos a los jubilados
¡Bares qué lugares!