Relatos de los jueves
Unos cuantos hombres de avanzadilla sin saber muy bien su suerte. El sargento los animó a contar de sus vidas. Era una forma de recordarse los unos a los otros, al menos los vivos. Hablaron de sus familias, de sus trabajos, de sus proyectos pero solo uno permanecía callado, mirándolos atentamente. El sargento lo provocó para que contase algo, su nombre, su trabajo, su futuro.
-Mi nombre está en la placa. Mi trabajo... hoy me lleva aquí, mañana allá. No me preocupa mi futuro. Tampoco tengo familia. Poco más puedo decir- sentenció.
Su voz era grave. En sus palabras no había dudas; en su mirada no existía el miedo. Creó una expectativa rápidamente.
Siguieron preguntándole por el miedo a luchar, sobre las mujeres, sobre todas las cosas mundanas... Cuanto más respondía, sin reparo alguno, sereno, más curiosidad creaba. Y siguió hablándoles:
- Esta guerra, según los mandos, hay que ganarla en el nombre de Dios y contra los infieles -hizo una pausa-. Creo que estos dioses no lo deben hacer tan bien cuando tienen tantos enemigos unos y otros.
La muerte, queridos, solo es otro estado de estar. Respecto a la tan temida oscuridad solo es una manera de viajar, para que lo entendáis. Las sombras no existen, la luz no produce sombras. En cuanto a los más jóvenes, decíos que para que duren vuestras parejas, hay que simplificar los juramentos. Una mujer, bajo mi experiencia, con orgasmos y lealtad, será una mujer satisfecha. -Sabía que aquellas palabras mellaban en sus mentes más que las más profundas heridas de metralla-. Mi trabajo, que tanta curiosidad tenéis, antes de que acabe el día lo descubriréis. Hoy, a muchos, os llevaré conmigo.
El silencio y el frío se hizo presente en la trinchera.