Lentamente, se fue incorporando, aparentemente repuesto. Me sentía muy nervioso, incluso asustado. Reconocí un cuerno en su frente y no supe reaccionar al escuchar su voz. Humana. Tras su exposición argumentada decidí aceptar su regalo y sus condiciones. Me sentía un semidiós. Podía curar las más terribles enfermedades pero una vez cada dos años debía volver a quedar con él y sanarlo. La imposición de su cuerno en mi pecho me honraron sanador y él se liberó.
- Recuerda -me dijo-: Cada vez que sanes a alguien, rejuvenecerás un año. Puede ser una bendición o una maldición... - Y aquel caballo con un cuerno, abrió sus alas y salió volando cual Pegaso.
Volví a casa y lo primero fue poner mis manos a la altura de mi corazón. Sonreí. Tenía algunas cacamacas como todo el mundo y un poco de ayuda no vendría mal. Visité a familiares con dolencias serías, les impuse mi mano en el pecho. En una semana hablaban de milagros y yo aparentaba diez años menos.
Con el tiempo tomé conciencia de que aquel don, como dijo el unicornio, podía ser un problema. Me vi obligado a cambiar de ciudad, buscar una nueva vida. Llegó el día de encontrarme con mi mentor, en el mismo lugar.
- Te has quitado 20 años -observó-. Debes tener cuidado. Vas demasiado rápido. Nos veremos al año que viene... si no ocurre nada.
Al año siguiente le disparé un tiro en el corazón. Cambié mi identidad y por alguna razón, empecé a salir con mujeres de más edad. Desde entonces, he usado mi poder en contadas ocasiones. Mi aspecto es el de un joven de 20 años. He vivido mucho pero mi corazón se ha vuelto duro y egoísta. Quién no desea ese poder... Pero todo en la vida tiene un precio.
Me estoy volviendo un eremita, intentando recuperar años. Observo mi rostro. He perdido la cuenta de mi edad pero ya sé por qué desaparecieron los unicornios.