Las noches y las fiestas traen resacas y demonios.
Lo último que recuerdo es hacer ruido al abrir la puerta y que mi vecinita subió a ayudarme. No recuerdo sus palabras, solo sonidos y risas. Flashes vienen a mi cabezada, imágenes la mayoría de ellas perversas.
- Buenos días, caballero -dijo medio desnuda en mi habitación, sentada en mi cama.
- ¿Seguimos siendo novios? -preguntó.
- De eso nada -respondí-. Eres mi vecina y yo no tengo novia.
- Anoche no decías eso cuando me recorrías diciendo que mi culo te tenia loco.
- ¡Calla! -espeté-. Creo que había bebido. Olvida todo ahora mismo-. ¿Has pasado la aquí la noche? -pregunté.
- Lo hago mejor que tu china. Lo sé, os he visto y ella se esfuerza para que vea cómo te maneja.
- ¡Ahhhhhhh! -Pensé de todo y nada en ese momento- ¿¡Cómo!? Es coreana, y cómo se te ocurre espiarnos.
¡Dios! Me levanté a mirar por la ventana. Las imágenes poco a poco venían a mi mente. Primero mi lengua entre sus labios interiores aún sellados. Húmeda pasó entre ellos. Segunda, más profunda. Sus labios cediendo y yo haciéndome paso, abriéndolos. Tercera, se la metí entera a lo largo de su sexo, saboreando cada pétalo, cada rincón, hasta sentir todos sus sabores.
Una extraña mezcla de rubor y excitación se apoderó de mí, cuando la escuché decir:
- Deberías depilarte un poco el culo. Me gustan peladitos.
Al darme la vuelta y ver dónde fijaba su mirada, fui consciente de que estaba desnudo.
- No recuerdo qué ha pasado esta noche pero no se repetirá. No está bien. Lo entiendes, ¿verdad.?
- Algunas cosas han ocurrido esta mañana... -dejó caer como si aquello fuera una especie de amenaza o advertencia mientras podría percatarme de la lascivia que escupía su mirada.
Y dejó escapar de su boca parte de la fianza conquistada, de una manera lasciva y duelista, recordando, sin querer hacerlo, mi último gemido antes de despertar del todo, sin saber qué decir, quedando hipnotizado ante su mirada, sabiendo que el infierno se está quedando vacío y los demonios están aquí. Están de vuelta.